Mi vespa y yo (publicado originalmente en dialogos 4.com)

Yo quería una Vespa. No me gustan las motos, pero desde que visioné Quadrophenia yo quería una Vespa. Había muchos inconvenientes, entre otros que nunca me saqué el carné de motocicleta o no tenía dónde guardarla; pero había llegado a una edad en la que si no podía tener el capricho de una Vespa ¿para qué trabajábamos?¿para qué vivimos? ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? Entonces me lo propuse: yo sería el propietario y conductor de una Vespa, costara lo que costara, que fueron varias conexiones a Internet y 50.000 pesetas (300 de los modernos euros).
Por los motivos expuestos opté por una de segunda mano, pero estaba en muy buenas condiciones. Era una Iris 200 de color negro, guapísima. El primer día la estacioné sobre la acera, entre dos árboles de la calle Argumosa , desde donde podía verla desde mi casa, y tal fue el flechazo que sufrí, que ese mismo día, incluso lloviendo, acoplé un asiento en el balconcito, junto a la bombona de butano y me dediqué a espiarla durante horas. Luego hice lo que jamás pensé que haría con ningún objeto inanimado: le puse nombre. Mi vespa se llama Araceli, como la primera novia que tuve.
Me saqué el carné de conducir y a ella le contraté un seguro de los mejores, con asistencia en carretera, responsabilidad civil y reclamación de daños.
Ahora ella y yo tenemos todos los papeles, señor Zapatero. Y ya hace ya seis años que estamos juntos. Lo que empezó por un capricho desembocó en el amor. Porque nos amamos. En noviembre va a hacer tres años que me declaré, y ella, en cada curva, en cada acelerón, en cada frenazo, también me dice que me ama. Nos amamos, señor Zapatero. ¿Y los hombres y las Vespas? ¿para cuando?

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